martes, 16 de agosto de 2016

UN CURSO DE MILAGROS. 16 de Agosto. LECCIÓN 228


LECCIÓN 228

Dios no me ha condenado. Por lo tanto, yo tampoco me he de condenar.

1. Mi Padre conoce mi santidad. 2¿Debo acaso negar Su conoci­miento y creer en lo que Su conocimiento hace que sea imposi­ble? 3¿Y debo aceptar como verdadero lo que Él proclama que es falso? 4¿O debo más bien aceptar Su Palabra de lo que soy, toda vez que Él es mi Creador y el que conoce la verdadera condición de Su Hijo?,

2. Padre, estaba equivocado con respecto a mí mismo porque no recono­cía la Fuente de mi procedencia. 2No me he separado de ella para aden­trarme en un cuerpo y morir. 3Mi santidad sigue siendo parte de mí, tal como yo soy parte de Ti. 4Mis errores acerca de mí mismo son sueños. 5Hoy los abandono. 6Y ahora estoy listo para recibir únicamente Tu Palabra acerca de lo que realmente soy.


AUDIO (en Ivoox) de Loran@ Galindo
http://www.ivoox.com/lecciones-curso-milagros-228-audios-mp3_rf_4933226_1.html


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Ayuda para las lecciones:
de  Robert Perry  y Allen Watson


LECCIÓN 228  -  16  AGOSTO

“Dios no me ha condenado. Por lo tanto, yo tampoco me he de condenar”

Propósito: Dar los últimos pasos a Dios. Esperar a que Él dé el último paso.

Tiempo de quietud por la mañana/ noche: Tanto tiempo como sea necesario.

  • Lee la lección.
  • Utiliza la idea y la oración para dar comienzo al tiempo de quietud. No dependas de las palabras. Utilízalas como una sencilla invitación a Dios para que venga a ti.
  • Siéntate en silencio y espera a Dios. Espera en quieta expectación a que Él se revele a Sí Mismo a ti. Busca únicamente la experiencia de Dios directa, profunda y sin palabras. Estate seguro de Su llegada, y no tengas miedo. Pues Él ha prometido que cuando Le invites, vendrá. Únicamente pides que cumpla Su antigua promesa, que Él quiere cumplir. Estos momentos de quietud son tu regalo a Él.

Recordatorios cada hora: No te olvides.
Da gracias a Dios por haber permanecido contigo y porque siempre estará ahí para contestar tu llamada a Él.

Recordatorios frecuentes: Tan a menudo como sea posible, incluso cada minuto.
Recuerda la idea. Permanece con Dios, deja que Él te ilumine.

Respuesta a la tentación: Cuando te sientas tentado a olvidarte de tu objetivo.
Utiliza la idea del día como una llamada a Dios y desaparecerán todas las tentaciones.

Lectura: Antes de uno de los momentos de práctica del día.

  • Lee lentamente la sección “¿Qué es?”.
  • Piensa en ella durante un rato.

Observaciones generales: Ahora, en esta parte final del año que tú y Jesús habéis pasado juntos, empiezas a alcanzar el objetivo de las prácticas, que es el objetivo del Curso. Jesús está tan cerca que no puedes fracasar. Has recorrido una gran parte del camino. No mires hacia atrás. Fija la mirada en el final del camino. No habrías podido llegar tan lejos si no te hubieses dado cuenta de que quieres conocer a Dios. Y eso es todo lo que se necesita para que Él venga a ti.

Comentario

Se necesita mucho valor para abandonar la condena a uno mismo. Tenemos miedo de que si dejamos de condenarnos a nosotros mismos nos volveremos locos, de que la maldad dentro de nosotros quedará sin control y estallará en un desastre terrible. Pero, ¿y si no hay maldad dentro de nosotros? ¿Y si Dios tiene razón? ¿Es posible que Él esté equivocado y nosotros tengamos razón? La lección dice que lo que Dios conoce hace que el pecado en nosotros sea imposible: “¿Debo acaso negar Su conoci­miento?” (1:2).

La lección simplemente nos pide “aceptar Su Palabra de lo que soy” (1:4). ¿Quién cree que alguien o algo es mejor que su Creador? ¿Y qué conoce Dios de mí? “Mi Padre conoce mi santidad” (1:1). Cada vez que leo tales afirmaciones veo a mi mente luchar para oponerse a la idea, encogiéndose en una falsa humildad que grita: “Oh, no, no puedo aceptar eso acerca de mí”. Si me atrevo a preguntarme a mí mismo: “¿Por qué no?”, mi mente sale inmediatamente con una lista de razones: Mis defectos, mi falta de dedicación total a la verdad, mi adicción a este o aquel placer del mundo. Sin embargo, llevada a la luz del Espíritu Santo, cada una de estas cosas puede verse como nada más que una petición mal dirigida, como un grito de ayuda, como una oculta nostalgia de Dios y del Hogar.

“Estaba equivocado con respecto a mí mismo” (2:1). Eso es todo lo que ha ocurrido. Me olvidé de mi Fuente y de lo que yo soy, debido a mi Fuente. Mi Fuente es Dios, y no mis oscuras ilusiones. Mi error acerca de lo que yo soy no es un pecado que deba ser juzgado, sino un error que necesita ser corregido; necesita la sanación del Amor, y no la condena. “Mis errores acerca de mí mismo son sueños” (2:4), eso es todo, y puedo renunciar a ellos. Yo no soy el sueño; yo soy el soñador, todavía santo, todavía parte de Dios.

Hoy, mientras aquieto mi mente en Presencia de Dios, abro mi mente para recibir Su Palabra acerca de lo que yo soy. Aparto los sueños, los reconozco como lo que son, y los abandono. Abro mi corazón al Amor.


¿Qué es el perdón?  (Parte 8)

L.pII.1:4:4-5

En las dos últimas frases de este párrafo, date cuenta de la diferencia que se hace entre juzgar y darle la bienvenida a la verdad tal como es. Lo contrario del juicio es la verdad. Entonces, el juicio debe ser siempre una deformación de la verdad. Esta sección ya ha señalado que el propósito de no perdonar es deformar. Si no quiero perdonar, tengo que deformar la verdad, tengo que juzgar. Aquí el juicio significa clarísimamente la condena, ver pecado, hacer que algo parezca malo. El perdón no hace eso; el perdón hace que parezca bueno en lugar de malo, porque “bueno” es la verdad acerca de todos nosotros.

Ninguno de nosotros es culpable. Ésa es la verdad. Dios no nos condena. Si yo condeno, estoy deformando la verdad. El juicio es siempre una deformación de la verdad de nuestra inocencia a los ojos de Dios. Cuando juzgo a otro, lo hago porque estoy intentando justificar que no estoy dispuesto a perdonar. Se me da muy bien eso. Siempre parece que encuentro alguna razón que justifique mi falta de perdón. Pero de lo que no me doy cuenta es de que cada juicio deforma la verdad, la oculta, la oscurece. “Hace real” algo que no es real.

Además, al ocultar la verdad acerca de mi hermano, estoy ocultando la verdad acerca de mí mismo. Estoy confirmando la base de mi propia condena a mí mismo. Por esa razón la última frase del párrafo pasa de la falta de perdón a otro al perdón de uno mismo: “aquel que ha de perdonarse a sí mismo” (4:5). Si quiero perdonarme a mí mismo, tengo que abandonar mis juicios a otros. Si el pecado de ellos es real, también lo es el mío. En su lugar, tengo que aprender a “darle la bienvenida a la verdad exactamente como ésta es” (4:5). Únicamente si le doy la bienvenida a la verdad acerca de mi hermano, puedo verla acerca de mí mismo. Estamos juntos o nos caemos juntos. “En tus semejantes o bien te encuentras a ti mismo o bien te pierdes a ti mismo” (T.8.III.4:5).

Para una mente acostumbrada a verse a sí misma como un ego separado, abandonar todo juicio produce terror. Parece como si nos estuvieran quitando el suelo sobre el que pisamos, no tenemos sobre qué apoyarnos. ¿Cómo podemos vivir en el mundo sin juzgar? Literalmente no sabemos cómo. Hemos montado toda nuestra vida sobre los juicios; sin los juicios tenemos miedo al caos y al desorden total. El Curso nos asegura que eso no sucederá:

Esto te da miedo porque crees que sin el ego, todo sería caótico. Mas yo te aseguro que sin el ego, todo sería amor.   (T.15.V.1:6-7)

Cuando renunciamos a los juicios, cuando estamos dispuestos a darle la bienvenida a la verdad tal como es, el amor se apresura a llenar el vacío dejado por la ausencia de los juicios. El amor ha estado ahí todo el tiempo, pero le habíamos impedido el paso. No sabemos cómo sucede esto, pero sucede porque el amor es la realidad, el amor es la verdad a la que estamos dando la bienvenida. El amor nos enseñará qué hacer cuando nuestros juicios se hayan ido.


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