LECCIÓN 352
Los juicios son lo opuesto al amor. De los juicios procede todo el dolor del mundo, y del amor, la paz de Dios
1. El perdón ve sólo impecabilidad, y no juzga. 2Ésta es la manera de llegar á Ti. 3Los juicios me vendan los ojos y me ciegan. 4El amor, que aquí se refleja en forma de perdón, me recuerda, por otra parte, que Tú me has proporcionado un camino para volver a encontrar Tu paz. 5Soy redimido cuando elijo seguir ese camino. 6Tú no me has dejado desamparado. 7Dentro de mí yace Tu recuerdo, así como Uno que me conduce hasta él. 8Padre, hoy quiero oír Tu Voz y encontrar Tu paz. 9Pues quiero amar mi propia Identidad y encontrar en Ella el recuerdo de Ti.
INSTRUCCIONES PARA LA PRÁCTICA
Ayuda para las lecciones:
de Robert Perry y Allen Watson
LECCIÓN 352 - 18 DICIEMBRE
“Los juicios son lo opuesto al amor. de los juicios procede todo el dolor del mundo, y del amor, la paz de Dios”
Propósito: Dar los últimos pasos a Dios. Esperar a que Él dé el último paso.
Tiempo de quietud por la mañana/ noche: Tanto tiempo como sea necesario.
- Lee la lección.
- Utiliza la idea y la oración para dar comienzo al tiempo de quietud. No dependas de las palabras. Utilízalas como una sencilla invitación a Dios para que venga a ti.
- Siéntate en silencio y espera a Dios. Espera en quieta expectación a que Él se revele a Sí Mismo a ti. Busca únicamente la experiencia de Dios directa, profunda y sin palabras. Estate seguro de Su llegada, y no tengas miedo. Pues Él ha prometido que cuando Le invites, vendrá. Únicamente pides que cumpla Su antigua promesa, que Él quiere cumplir. Estos momentos de quietud son tu regalo a Él.
Recordatorios cada hora: No te olvides.
Da gracias a Dios por haber permanecido contigo y porque siempre estará ahí para contestar tu llamada a Él.
Recordatorios frecuentes: Tan a menudo como sea posible, incluso cada minuto.
Respuesta a la tentación: Cuando te sientas tentado a olvidarte de tu objetivo.
Lectura: Antes de uno de los momentos de práctica del día.
- Lee lentamente la sección “¿Qué es?”.
- Piensa en ella durante un rato.
Observaciones generales: Ahora, en esta parte final del año que tú y Jesús habéis pasado juntos, empiezas a alcanzar el objetivo de las prácticas, que es el objetivo del Curso. Jesús está tan cerca que no puedes fracasar. Has recorrido una gran parte del camino. No mires hacia atrás. Fija la mirada en el final del camino. No habrías podido llegar tan lejos si no te hubieses dado cuenta de que quieres conocer a Dios. Y eso es todo lo que se necesita para que Él venga a ti.
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Comentario
Estábamos perdidos, “vendidos” como esclavos por nuestra propia mano. Pero Dios no nos abandonó. Él nos dio dos cosas. Es interesante darse cuenta de la distinción aquí. Él nos dio (1) el recuerdo de Dios en nuestra mente, y (2) el Espíritu Santo que nos lleva a descubrir ese recuerdo. He oído a muchas personas decir que el Espíritu Santo es el recuerdo de Dios dentro de nosotros, no es así como aparece aquí. El recuerdo de Dios es algo que es verdaderamente mío, parte de mí, mi propia mente recta recuerda a Dios. El Espíritu Santo es el Guía que me lleva a descubrir de nuevo el tesoro escondido dentro de mi Ser.
Padre, hoy quiero oír Tu Voz y encontrar Tu paz. Pues quiero amar mi propia Identidad y encontrar en Ella el recuerdo de Ti. (1:8-9)
El recuerdo de Dios está en mi propia Identidad. Al recordar mi Ser, recuerdo a Dios. Que Su Voz me lleve a ese recuerdo, mientras me siento en silencio con Él hoy. Tengo una ayuda muy poderosa. Y donde esa ayuda me lleva es al punto de amar mi propia Identidad. No puedo amar lo que soy si no amo (si no perdono) a todo el mundo. Eso es así porque Lo Que soy es lo mismo que Lo Que todos son, todos somos el Hijo de Dios, el Cristo. Si juzgo a otros, me estoy juzgando a mí mismo, porque soy lo mismo que ellos.
¿Qué soy? (Parte 2)
L.pII.14.1:4-6
Soy el santo hogar de Dios Mismo. (1:4)
¡Caray! Dicho así, eso me impacta más que decir: “Dios está en mí”. Soy el hogar de Dios. Hogar no es sólo un lugar donde Dios está a veces, es donde Él mora, donde Él elige estar, donde Él se siente a gusto, por así decir. En el Salmo 132:14, se dice que Dios dijo de Sión, o Jerusalén: “Aquí está mi reposo para siempre, aquí moraré pues lo he querido”. Ahora, nosotros somos Su hogar. Ahora, Él te habla a ti, y a mí, diciendo que somos Su descanso para siempre, que morará en nosotros pues así lo ha querido. Ésa fue Su intención para siempre cuando nos creó.
Soy el Cielo donde Su Amor reside. (1:5)
Puede que ingenuamente hayamos creído que Dios vive en el Cielo y no en nosotros. Aquí vemos que sí, Dios mora o reside en el Cielo, pero nosotros somos el Cielo. ¡Eso es alucinante! Te apuesto a que la mayor parte de tu vida has pensado que si fueras lo bastante bueno, o lo bastante santo, o si tuvieras suficiente fe, lograrías ir al Cielo. Lo siento, no irás. No puedes ir al Cielo porque tú eres el Cielo, donde el Amor de Dios reside.
Soy Su santa Impecabilidad Misma, pues en mi pureza reside la Suya Propia. (1:6)
¿Te has dado cuenta de que estas tres frases utilizan palabras acerca del lugar de residencia de Dios? “… el santo hogar… donde Su Amor reside… en mi pureza reside la Suya Propia”. ¡Dios no está simplemente de paso! No está de visita. Él vive aquí, en mí, en ti; éste es Su hogar. Él mora (permanece, se queda) aquí, en nosotros.
Tengo que confesar que todavía no puedo hacerme a la idea de que soy Su santa Impecabilidad Misma. “Impecabilidad” parece una idea bastante abstracta, me cuesta un poco entender cómo puedo ser la impecabilidad. La segunda parte de la frase me ayuda un poco: “… pues en mi pureza reside la Suya Propia”.
Puedo casi entenderlo mediante una semejanza. Un padre que dedica su tiempo y su energía a criar a su hijo, enseñándole todo lo que sabe, encuentra su propia felicidad y éxito en la felicidad y el éxito de ese hijo. “La felicidad de mi hijo es la mía propia. El éxito de mi hijo es el mío propio”. Pienso que se parece a eso. Dios se extendió a Sí Mismo como nosotros. Lo que somos es Su extensión. Nuestra pureza es la Suya, si nosotros no somos inocentes, tampoco lo es Él. Somos lo que Él es, extendido hacia fuera. Si no soy puro, Él no lo es, pues nuestra naturaleza es la Suya. Si somos lo que Él es, entonces es también verdad a la inversa: Él es lo que nosotros somos. Por lo tanto, “Soy Su santa Impecabilidad Misma”.
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