LECCIÓN 338
Sólo mis propios pensamientos pueden afectarme
1. Con este pensamiento basta para dejar que la
salvación arribe a todo el mundo. 2Pues es el pensamiento mediante
el cual todo el mundo por fin se libera del miedo. 3Ahora cada uno
ha aprendido que nadie puede atemorizarlo, y que nada puede amenazar su
seguridad. 4No tiene enemigos, y está a salvo de todas las cosas
externas. 5Sus pensamientos pueden
asustarlo, pero, puesto que son sus propios pensamientos, él tiene el poder de
cambiarlos sustituyendo cada pensamiento de miedo por un pensamiento feliz de
amor. 6Se crucificó a sí mismo. 7Sin embargo, Dios planeó
que Su Hijo bienamado fuese redimido.
2. Padre mío, sólo Tu plan es infalible. 2Todos
los demás fracasarán. 3Y tendré
pensamientos que me asustarán hasta que aprenda que Tú ya me has dado el único
Pensamiento que me conduce a la salvación. Sólo mis propios pensamientos
fracasarán, y no me llevarán a ninguna parte.
5Mas el Pensamiento que Tú me diste promete conducirme a mi hogar,
porque en él reside la promesa que Tú le hiciste a Tu Hijo.
AUDIO (en Ivoox) de Loran@ Galindo
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INSTRUCCIONES PARA LA PRÁCTICA
Ayuda para las lecciones:
de Robert Perry y Allen Watson
de Robert Perry y Allen Watson
LECCIÓN 338 - 4 DICIEMBRE
“Sólo mis propios pensamientos pueden afectarme”
Propósito: Dar los últimos pasos a Dios. Esperar a que Él dé el último paso.
Tiempo de quietud por la mañana/ noche: Tanto tiempo como sea necesario.
- Lee la lección.
- Utiliza la idea y la oración para dar comienzo al tiempo de quietud. No dependas de las palabras. Utilízalas como una sencilla invitación a Dios para que venga a ti.
- Siéntate en silencio y espera a Dios. Espera en quieta expectación a que Él se revele a Sí Mismo a ti. Busca únicamente la experiencia de Dios directa, profunda y sin palabras. Estate seguro de Su llegada, y no tengas miedo. Pues Él ha prometido que cuando Le invites, vendrá. Únicamente pides que cumpla Su antigua promesa, que Él quiere cumplir. Estos momentos de quietud son tu regalo a Él.
Recordatorios cada hora: No te olvides.
Da gracias a Dios por haber permanecido contigo y porque siempre estará ahí para contestar tu llamada a Él.
Recordatorios frecuentes: Tan a menudo como sea posible, incluso cada minuto.
Respuesta a la tentación: Cuando te sientas tentado a olvidarte de tu objetivo.
Lectura: Antes de uno de los momentos de práctica del día.
- Lee lentamente la sección “¿Qué es?”.
- Piensa en ella durante un rato.
Observaciones generales: Ahora,
en esta parte final del año que tú y Jesús habéis pasado juntos,
empiezas a alcanzar el objetivo de las prácticas, que es el objetivo del
Curso. Jesús está tan cerca que no puedes fracasar. Has recorrido una
gran parte del camino. No mires hacia atrás. Fija la mirada en el final
del camino. No habrías podido llegar tan lejos si no te hubieses dado
cuenta de que quieres conocer a Dios. Y eso es todo lo que se necesita
para que Él venga a ti.
Comentario
Ésta es una idea fundamental
del Curso, repetida muchas veces con palabras diferentes:
Soy responsable de lo que veo. Elijo los
sentimientos que experimento y decido el objetivo que quiero alcanzar. Y todo lo que parece
sucederme yo mismo lo he pedido, y se me concede tal como lo pedí.
(T.21.II.2:3-5)
Nunca estoy disgustado por la razón que
creo. (L.5)
Es imposible que el Hijo de Dios pueda ser controlado por sucesos externos a él. Es imposible que
él mismo no haya elegido las cosas que le suceden. Su poder de decisión es lo que determina cada situación en la que parece
encontrarse, ya sea por casualidad o por coincidencia. (T.21.II.3:1-3)
Nada externo a ti puede hacerte temer o amar porque no hay nada
externo a ti. (T.10.In.1:1)
Son únicamente tus pensamientos los que te causan dolor. Nada externo
a tu mente puede herirte o hacerte daño en modo alguno. No hay causa más allá
de ti mismo que pueda abatirse sobre ti y oprimirte. Nadie, excepto tú mismo,
puede afectarte. No hay nada en el mundo capaz de hacerte enfermar, de entristecerte
o de debilitarte. Eres tú el que tiene el poder de dominar todas las cosas que
ves reconociendo simplemente lo que eres. (L.190.5:1-6)
El Curso
dice que aceptar esto es la base de nuestra liberación de todo sufrimiento.
Mientras pensemos que algo de fuera de nosotros nos está afectando y causando
nuestro dolor, no buscaremos dentro los pensamientos que son verdaderamente la
causa del dolor. Creeremos que somos las víctimas inocentes de fuerzas que
están más allá de nuestro control.
Con este pensamiento basta para dejar que la
salvación arribe a todo el mundo. Pues es el pensamiento mediante el cual todo
el mundo por fin se libera del miedo. (1:1-2)
La
comprensión de que no hay nada fuera de mí amenazándome es el único modo seguro
para liberarnos del miedo. Al principio puede parecer que provoca culpa porque
si no hay nadie que me lo esté haciendo a mí, yo debo estar haciéndomelo, y ése
parece ser un reconocimiento muy difícil de aceptar. Sin embargo, la
comprensión de que sólo mis propios pensamientos pueden afectarme trae una
enorme liberación del miedo.
Ahora cada uno ha aprendido que nadie puede atemorizarlo, y que nada
puede amenazar su seguridad. No tiene enemigos, y está a salvo de todas las
cosas externas. (1:3-4)
Que recuerde esto hoy. Nada
puede ponerme en peligro. No tengo enemigos, y nada externo puede amenazarme.
No tengo que vivir con ansiedad y a la defensiva: estoy a salvo.
Sin embargo, ¿y el hecho de
que mis propios pensamientos pueden hacerme daño? ¿No es eso algo a lo que temer?
Parece aterrador que los pensamientos que tengo y de los que no soy consciente
pueden hacerme daño. Siempre ha sido aterrador el extraño mensaje de la
psicología de que estoy dirigido por motivos de los que no soy consciente, que
nunca llegan a la superficie de mi mente consciente, y el Curso parece estar
bastante de acuerdo con esas teorías psicológicas. Constantemente te está
diciendo que creemos ciertas cosas que no somos conscientes de que las creemos,
y que estamos dirigidos por una culpa por la separación tan profundamente
oculta y enterrada que quizá nunca en este mundo nos demos cuenta de ella.
¿Cómo podemos liberarnos del miedo cuando estos enemigos escondidos acechan
debajo de la superficie de nuestra mente, preparados para explotar como minas de
tierra cuando las pisamos sin darnos cuenta?
Sus pensamientos
pueden asustarlo, pero, puesto que son sus propios pensamientos, él tiene el
poder de cambiarlos sustituyendo cada pensamiento de miedo por un pensamiento
feliz de amor. Se crucificó a sí mismo. Sin embargo, Dios planeó que Su Hijo
bienamado fuese redimido. (1:5-7)
La buena noticia es que puesto que nuestros
pensamientos son nuestros, podemos cambiarlos, incluso aquellos de los que no
somos conscientes. De eso es de lo que trata el Curso. Sí, nos hemos
crucificado a nosotros mismos, pero Dios ha planeado una salida para nosotros.
Él ha planeado que seamos rescatados, es decir: liberados de nuestros propios
pensamientos del aprisionamiento que
nos hemos impuesto a nosotros mismos. Es un camino para cambiar nuestra mente,
y no se necesita nada más que eso.
Todos los demás planes fracasarán. (2:2)
Fracasarán
porque están basados en una falsedad, concretamente, que el problema es algo
externo, algo distinto a mis pensamientos. Puedo intentar solucionar mis
problemas con más dinero, con medicinas o drogas, o rodeándome de personas que
parecen darme lo que parece que a mí me falta. Siendo soluciones externas
fracasarán todas, porque el problema real está en mis propios pensamientos. Por
muy ingeniosos que sean, mis planes fracasarán, porque estoy resolviendo los
problemas equivocados.
Y tendré pensamientos que me asustarán hasta que aprenda que Tú ya me
has dado el único Pensamiento que me conduce a la salvación. Sólo mis propios
pensamientos fracasarán, y no me llevarán a ninguna parte. Mas el Pensamiento que Tú me
diste promete conducirme a mi hogar, porque en él reside la promesa que Tú le
hiciste a Tu Hijo. (2:3-5)
Aunque conozco la verdad de
esta lección, todavía tendré pensamientos que producen miedo, pensamientos que
parecen hacerme daño. No hay que preocuparse por eso. Cuando aparezcan tales
pensamientos, puedo aprender a encogerme de hombros con indiferencia y decirme
a mí mismo: “¿Así que todavía tengo un ego? ¡Eso no es nada nuevo!”. Puedo
llevar los pensamientos que me atemorizan ante la Presencia del Pensamiento que
Dios me ha dado: el Espíritu Santo. Él es “el Pensamiento que me lleva a la
salvación”, el Pensamiento de perdón y de amor. Él es un Pensamiento lleno de
promesas y seguridad, un Pensamiento que me dice que yo soy el Hijo que Dios
ama, sin nada que temer (como vimos en la lección de ayer “Mi impecabilidad me
protege de todo daño”).
Que hoy esté dispuesto a
reconocer mis pensamientos de miedo cuando surjan, en lugar de negar que los
tengo, para que con la ayuda del Espíritu Santo pueda cambiarlos, cambiándolos
por un pensamiento feliz de amor.
¿Qué es el ego? (Parte 8)
L.pII.12.4:2
Desde el punto de vista del sufrimiento, el precio que hay que pagar
por tener fe en él es tan inmenso que la ofrenda que se hace a diario en su
tenebroso santuario es la crucifixión del Hijo de Dios. Y la sangre no puede
sino correr ante el altar donde sus enfermizos seguidores se preparan para
morir. (4:2)
Aquí el
Curso hace una de las valoraciones más tenebrosas de nuestro ego. Produce una
imagen de una religión primitiva con sacrificios de sangre como los que hemos
leído que existieron en América Central, en la que a seres humanos se les
arrancaba del cuerpo el corazón todavía latiendo, y los altares tenían vías
cortadas para que la sangre fluyera por allí. Dice que nuestra fe en el ego es
la causa de un sufrimiento tan inmenso y aterrador como ése.
Por
nuestra fe en la ilusión de separación del ego, de una identidad separada,
pagamos un inmenso precio en sufrimiento. Cada día continuamos con esta extraña
fe: crucificamos al Hijo de Dios. Pues la existencia de una identidad separada
exige la muerte de nuestra identidad unificada. Como “enfermizos seguidores” de
esta religión (pues es una religión), todos nos estamos preparando para morir
mientras contemplamos el sacrificio del santo Hijo de Dios. (Por supuesto, el
Hijo de Dios no puede morir, el sacrificio es ilusorio. Pero para nuestra mente
es terriblemente real). Nuestra propia muerte confirmará nuestra fe, demostrará
nuestra separación de Dios.
Aunque
este sufrimiento no es real en la verdad, a nosotros nos parece real. Y, para
librarnos del ego, una de las cosas que el Curso nos pide es que examines
honestamente el costo de nuestra creencia en el ego. ¿Qué me cuesta albergar un
resentimiento? ¿Qué me cuesta odiar? ¿Qué me cuesta empeñarme en tener la razón
en una discusión? ¿Qué me cuesta aferrarme a mi imagen de víctima? ¿Qué me
cuesta aferrarme a la culpa? ¿Qué me cuesta aferrarme a mi percepción de pecado
en mis hermanos?
Tenemos
que tener en cuenta lo que nos cuesta nuestra creencia en el ego. El Curso
dice:
No aceptarías el costo en miedo que ello supone una vez que lo
reconocieses (T.11.V.10:3)
El ego está tratando de enseñarte cómo ganar el mundo y perder tu
alma. El Espíritu Santo te enseña que no puedes perder tu alma y que no hay
nada que ganar en el mundo, pues, de por sí, no da nada. Invertir sin recibir
beneficios es sin duda una manera segura de empobrecerte, y los gastos
generales son muy altos. No sólo no recibes
ningún beneficio de la inversión, sino que el costo es enorme. Pues esta inversión te cuesta la realidad del mundo al
negar la tuya, y no te da nada a cambio. (T.12.VI.1:1-5)
… tienes que aprender el costo que supone estar dormido, y negarte a
pagarlo. (T.12.VI.5:2)
La creencia en el pecado requiere constante defensa, y a un costo
exorbitante. Es preciso combatir y sacrificar todo lo que el Espíritu Santo te
ofrece. Pues el pecado está tallado en un bloque que fue arrancado de tu paz y
colocado entre el retorno de ésta y tú. (T.22.V.2:6-8)
Pagamos
un precio enorme en sufrimiento para mantener nuestro andrajoso y amado ego.
Perdemos la consciencia de nuestra Identidad real para aferrarnos a una
identidad imaginada y que no podemos hacer real. Una vez que veamos estos, una
vez que reconozcamos la locura de todo ello, ya nunca estaremos dispuestos a
aceptarlo. Una vez que veamos lo que el ego nos exige, nos negaremos a pagar el
precio porque nos daremos cuenta de que el ego no es lo que de verdad queremos.
Pero primero, muy a menudo, tenemos que hacer frente al horror de lo que hemos
hecho. Tenemos que mirar a ese altar que gotea sangre y darnos cuenta de que
eso es lo que hemos estado eligiendo.
No es difícil renunciar a los juicios. Lo que sí es difícil es aferrarse
a ellos. El maestro de Dios los abandona gustosamente en el instante en que
reconoce su costo. Toda la fealdad que ve a su alrededor es el resultado de
ellos, al igual que todo el dolor que contempla. De los juicios se deriva toda
soledad y sensación de pérdida; el paso del tiempo y el creciente desaliento;
la desesperación enfermiza y el miedo a la muerte. Y ahora, el maestro de Dios
sabe que todas esas cosas no tienen razón de ser. Ni una sola es verdad.
Habiendo abandonado su causa, todas ellas se desprenden de él, ya que nunca
fueron sino los efectos de su elección equivocada. Maestro de Dios, este paso
te brindará paz. ¿Cómo iba a ser difícil anhelar sólo esto? (M.10.6:1-11)
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