LECCIÓN 226
Mi hogar me aguarda. Me apresuraré a llegar a él.
1. Puedo abandonar este mundo completamente, si así lo decido. 2No mediante la muerte, sino mediante un cambio de parecer con respecto al propósito del mundo. 3Si creo que tal como lo veo ahora tiene valor, así seguirá siendo para mí. 4Mas
si tal como lo contemplo no veo nada de valor en él, ni nada que desee
poseer, ni ninguna meta que anhele alcanzar, entonces ese mundo se
alejará de mí. 5Pues no habré intentado reemplazar la verdad con ilusiones.
2. Padre, mi hogar aguarda mi feliz retorno. 2Tus Brazos están abiertos y oigo Tu Voz. 3¿Qué necesidad tengo de prolongar mi estadía en un lugar de vanos deseos y de sueños frustrados cuando con tanta facilidad puedo alcanzar el Cielo?
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Ayuda para las lecciones:
de Robert Perry y Allen Watson
de Robert Perry y Allen Watson
LECCIÓN 226 - 14 AGOSTO
“Mi hogar me aguarda. Me apresuraré a llegar a él”
Propósito: Dar los últimos pasos a Dios. Esperar a que Él dé el último paso.
Tiempo de quietud por la mañana/ noche: Tanto tiempo como sea necesario.
- Lee la lección.
- Utiliza la idea y la oración para dar comienzo al tiempo de quietud. No dependas de las palabras. Utilízalas como una sencilla invitación a Dios para que venga a ti.
- Siéntate en silencio y espera a Dios. Espera en quieta expectación a que Él se revele a Sí Mismo a ti. Busca únicamente la experiencia de Dios directa, profunda y sin palabras. Estate seguro de Su llegada, y no tengas miedo. Pues Él ha prometido que cuando Le invites, vendrá. Únicamente pides que cumpla Su antigua promesa, que Él quiere cumplir. Estos momentos de quietud son tu regalo a Él.
Recordatorios cada hora: No te olvides.
Da gracias a Dios por haber permanecido contigo y porque siempre estará ahí para contestar tu llamada a Él.
Recordatorios frecuentes: Tan a menudo como sea posible, incluso cada minuto.
Recuerda la idea. Permanece con Dios, deja que Él te ilumine.
Respuesta a la tentación: Cuando te sientas tentado a olvidarte de tu objetivo.
Utiliza la idea del día como una llamada a Dios y desaparecerán todas las tentaciones.
Lectura: Antes de uno de los momentos de práctica del día.
- Lee lentamente la sección “¿Qué es?”.
- Piensa en ella durante un rato.
Observaciones generales: Ahora,
en esta parte final del año que tú y Jesús habéis pasado juntos,
empiezas a alcanzar el objetivo de las prácticas, que es el objetivo del
Curso. Jesús está tan cerca que no puedes fracasar. Has recorrido una
gran parte del camino. No mires hacia atrás. Fija la mirada en el final
del camino. No habrías podido llegar tan lejos si no te hubieses dado
cuenta de que quieres conocer a Dios. Y eso es todo lo que se necesita
para que Él venga a ti.
Comentario
Hogar.
¡Qué palabra más sugerente! “Voy a mi hogar”. A veces sólo con pensar
en ir al hogar, incluso en sentido abstracto, puede hacer que surjan en
nosotros profundas emociones, felices, aunque para algunos una vida
desgraciada en el hogar ha ensombrecido esta palabra. Incluso entonces,
aunque nuestro hogar “real” haya sido desgraciado, seguimos llenos de un
profundo deseo del hogar como debería ser. Nuestro verdadero
hogar está en Dios. Nuestros deseos del hogar están basados en nuestro
deseo de este hogar espiritual en Dios.
¿Cómo
puedo “ir al hogar”? Hay canciones que expresan la idea de que vamos al
hogar, al Cielo, cuando morimos: canciones espirituales como “Ir al
Hogar”. Pero el Curso aquí es muy, muy claro. Habla de abandonar este
mundo y dice: “No mediante la muerte, sino mediante un cambio de parecer
con respecto al propósito del mundo” (1:2).
Mientras
pensemos que el propósito del mundo está en el mundo mismo, que la
felicidad y la libertad y la satisfacción se encuentran aquí en el
mundo, nunca lo abandonaremos. Ni siquiera al “morir”. Las cadenas que
nos atan al mundo son mentales, no físicas. Lo que nos aprisiona al
mundo es el valor que le damos. Si le doy valor al mundo “tal como lo
veo ahora” (1:3, también 1:4), me tendrá apresado aunque mi cuerpo se
desmorone. Pero si ya no veo en este mundo “tal como lo contemplo” nada
que quiera conservar o conseguir, entonces estoy libre.
Literalmente
hablando, ¡hay todo un mundo de significado en esas palabras “tal como
lo veo ahora” y “tal como lo contemplo”! Tal como el ego lo ve, este
mundo es un lugar de castigo y de aprisionamiento, y al mismo tiempo un
lugar donde vengo a buscar lo que parece “faltarme” a mí. Mientras le dé
valor a ese castigo y aprisionamiento, quizá no para mí sino para otros
sobre los que he proyectado mi culpa, estaré encadenado al mundo, y no
iré al hogar. Mientras piense que me falta algo y continúe buscándolo
fuera de mí, dándole valor al mundo por lo que creo que puede ofrecerme,
estaré encadenado al mundo, y no iré al hogar.
“Mi
hogar me aguarda”. Nuestro hogar no se está construyendo. Está
preparado y esperando, la alfombra roja extendida, todo está listo, los
Brazos de Dios están abiertos y oigo Su Voz (2:2). El hogar está a mi
alcance ahora mismo, sólo con elegirlo. Que esté dispuesto a mirar a lo
que me impide elegirlo, porque ésos son los obstáculos que me impiden
encontrarlo. ¿Todavía deseo con nostalgia que venga mi príncipe (o
princesa) azul? ¿Todavía tengo cosas que quiero hacer antes de estar
listo para ir? ¿Todavía encuentro placer cuando los malvados (en mi
opinión) sufren? Si este mundo pudiera desaparecer dentro de una hora,
¿qué lamentaría? ¿Estaría dispuesto a irme? Si una brillante cortina
apareciese en la entrada y una Voz dijera: “Cruza este portal y estarás
en el Cielo”, ¿lo cruzaría? ¿Por qué no?
Esto
no es una fantasía. La Voz nos está llamando, y el Cielo está aquí
ahora. Podemos cruzar el portal en cualquier momento que lo elijamos. Si
no estamos sintiendo el Cielo, estamos eligiendo no hacerlo, y
se nos ha encomendado el trabajo de descubrir lo que nos retiene en esta
aula de aprendizaje. Para eso es el mundo: para enseñarnos a
abandonarlo.
¿Qué
necesidad tengo de prolongar mi estadía en un lugar de vanos deseos y
de sueños frustrados cuando con tanta facilidad puedo alcanzar el Cielo?
(2:3)
¿Qué es el perdón? (Parte 6)
L.pII.1.3:3-4
No
nos damos cuenta de cuánto deforman la verdad nuestros pensamientos que
no perdonan (3:3). Los pensamientos que no perdonan deforman la manera
en que vemos las cosas que no están de acuerdo con cómo quiere verlas la
falta de perdón. Los pensamientos que no perdonan pasan por alto
cualquier muestra de amor, y encuentran pruebas de culpa. En “Los
Obstáculos a la Paz” y el apartado sobre “La Atracción de la
Culpabilidad”, nuestros pensamientos que no perdonan se comparan con
mensajeros hambrientos a los que “se les ordena con aspereza que vayan
en busca de culpabilidad, que hagan acopio de cualquier retazo de maldad
y de pecado que puedan encontrar sin que se les escape ninguno so pena
de muerte, y que los depositen ante su señor y amo respetuosamente”
(T.19.IV (A).i.11:2). Es decir, encontramos lo que estamos buscando, y
el ego está buscando culpa.
Pero la distorsión (deformación) no es sólo el método que usa el ego, la distorsión (deformación) es también el propósito del
ego. Así, el propósito de la falta de perdón es deformar la realidad.
La falta de perdón se propone con furia “arrasar la realidad, sin ningún
miramiento por nada que parezca contradecir su punto de vista” (3:4).
La realidad es el enemigo odiado, la presencia intolerable, porque
nuestra realidad es todavía el Hijo de Dios que jamás se ha separado de
Él en lo más mínimo. La realidad pone al descubierto al ego como una
mentira, y esto no puede tolerarse. Cuando nuestra mente está dominada
por pensamientos que no perdonan, el modo en que funciona se propone
desde el comienzo deformar la realidad para que no se reconozca.
En
contraste con esto, el Curso nos pide: “Sueña con la bondad de tu
hermano en vez de concentrarte en sus errores… Y no desprecies los
muchos regalos que te ha hecho sólo porque en tus sueños él no sea
perfecto” (T.27.VII.15). Nos pide que busquemos amor en lugar de buscar
culpa. Para empezar, podemos poner en duda el modo en que vemos las
cosas, dándonos cuenta de que nuestros procesos de pensamiento y
nuestros métodos de juzgar están seriamente dañados y no son de fiar. No
es que no deberíamos juzgar, sino que no podemos juzgar
(M.10.2:1). Nuestra mente está enferma, necesitamos una mente sana para
que juzgue por nosotros. Y esa mente es el Espíritu Santo.
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